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Josefa Navarro

Josefa Navarro (Pepita)

A esta barcelonesa de 86 años le gusta que le llamen Pepita y que le traten de tú. Josefa Navarro es sólo el nombre para las cosas serias, y ella procura afrontar la cotidianidad con alegría.

Caminó hacia el exilio demostrando una gran simpatía hacia la vida; tenía tan sólo 13 años de experiencia en el andar. Hoy, aun conserva ese espíritu montañero. Aquella, por grave que fuera, no fue su última escalada.

Pepita no es una “Niña de la Guerra” como tal, pues su viaje fue posterior a las expediciones oficiales, sin embargo, su historia comparte rasgos con la de los niños  evacuados. Hay además otra particularidad importante en su testimonio: su tradición anarquista.

La Infancia

Pepita Navarro  nació en la Barcelona de 1926. Por sus venas corre sangre española por parte de padre y cubana por parte de madre. Lo más característico de su árbol familiar no es sin embargo este mestizaje cultural, sino la filiación ideológica al anarquismo. Partiendo de las ramas más altas, todos sus ascendientes simpatizaron con la teoría del príncipe ruso Piotr Kropotkin, uno de los fundadores del anarcocomunismo.

El matrimonio tuvo cinco hijos; el quinto nació en Francia, en el destierro.  Se crió junto a sus hermanos y muy cerca de sus tíos, primos y abuelos,  en un ambiente que define como “muy consciente” y en un clima de comprensión, respeto y sensatez que ahora agradece. A su madre la define con multitud de detalles y anécdotas en las que se refleja la figura de una mujer con gran carácter y asombrosa valentía; de su padre destaca su capacidad empática. 

La escuela

Es sin duda el capítulo de la escuela uno de los más llamativos e interesantes en la historia de Pepita. Lo es así porque refleja una realidad minoritaria, casi exclusiva de la Cataluña de principios del siglo XX.  Se trata del modelo de educación instaurado por Ferrer y Guardia en 1906, con la fundación de la Escuela Moderna de Barcelona. Posteriormente, las escuelas que siguieron este patrón formativo se conocieron (y se conocen) como “escuelas racionalistas”, aquí y en otros países. Pepita y sus hermanos asistían a una de ellas.

La entrevistada define la educación que recibió como “una educación más abierta”. Recuerda haber leído posteriormente en Yucatán el libro en el que  Ferrer y Guardia establecía las bases de la Escuela Moderna, y no encuentra en él nada de estrambótico. “Se insistía en la higiene – afirma –,  dicen que allí hacíamos lo que nos daba la gana, pero era mentira”.

La época previa a la guerra fue una etapa buena para la Barcelona cultural. Como recuerda Pepita, además de este tipo de escuelas,  “se formaron ateneos en cada barrio, se daban conferencias, se hacía teatro…”.En su colegio aprendió sobre los grandes autores, ya que después de las comidas se organizaba un círculo de lectura.

Sin embargo, llegó el momento en el que todos tuvieron que marcharse. Cuando los bombardeos ya se veían desde La Garriga, la escuela se vio obligada a cerrar. De aquella etapa de preguerra recuerda el hambre, y cómo su madre, comprometida, preparaba comida para los niños de las escuelas.

La escuela racionalista (65 seg.)

Entre libros (44 seg.)

Eran escuelas sencillas, como las hay ahora.

Dicen que no había disciplina alguna. Mentira.

Todo el mundo se estaba yendo, nosotros seguíamos allí

El Viaje

Y llegó el ocaso de la guerra y la consecuente huida de los que llamaban “vencidos”. Era enero de 1939, y el último reducto republicano estaba en Cataluña. Este es el único momento en el que Pepita hace alusión a la angustia de su madre. Ya todo el mundo se estaba yendo, Garriga y a la madre coraje, aun con mucho más coraje, se le caía el cielo encima. Estaba embarazada de tres meses, y tenía que buscar la forma de transportar a todos sus familiares hasta la frontera.

La situación era tensa, comenzaban los saqueos y las conspiraciones vecinales en contra de los últimos resistentes. No tenían medio de transporte alguno para huir. Finalmente, un capitán del cuerpo de tren, conocido de una de las tías de Pepita, accedió a alejarles de España. El resto del camino lo harían a pie.

Recuerda Pepita especialmente los llantos de los hombres que dejaban su querida patria, que habían luchado en la defensa de los suyos y de sus ideales. Cuanto más firmes eran sus convicciones mayor era su angustia.

La huida (79 segs.)

Los hombres lloraban (67 segs.)

Se debe hablar de destierro y no de acogida, pues nada tuvo que ver aquella oleada de gentes cruzando la frontera con las evacuaciones de Niños en la etapa álgida del conflicto. Pepita tenía entonces 13 años, y aunque el término no haga memoria de este otro viaje, es cabal considerarla una “niña de la guerra”.

Al llegar a Francia, la madre de Pepita persiguió sin éxito un objetivo único: llevar a sus hijos y sobrinos a una colonia de niños refugiados. A su cargo iban al menos quince pequeños. Más tarde, algunos niños pudieron establecerse en la Colonia Iberia. Los hombres de la familia, entre ellos el padre de Pepita, fueron destinados al campo de concentración de Saint-Cyprien. De aquel campo es la única estampa de familia que aún conserva esta niña.

La acogida

Aunque la circunstancia era desbordante, el pueblo francés se portó lo mejor posible con los exiliados, al menos así lo recuerda Pepita. Más reacios fueron, a su parecer, los españoles que fueron refugiados económicos en una etapa previa. No obstante, y sin ánimo de generalizar, reconoce y agradece enormemente la labor de estos últimos.  Las familias españolas residentes en Francia acogieron a los hijos de los vencidos en sus casas.

Así, otras familias dieron cobijo a los mayores. En una primera etapa, Pepita vivió con su madre en casa de un anarquista llamado Pablo. Más tarde fueron a Lión. Recuerda la entrevistada las penurias económicas y las dificultades de aquel año de posguerra.

Llegada la Segunda Guerra Mundial, como otros refugiados, la familia de Pepita huyó a Centroamérica. Tras dos años en Santo Domingo, les dieron permiso para pasar a México, pero cuando estaban a mitad de camino, les anunciaron por telegrama que no podrían pasar. En el año 1944, Pepita llega a México, tras dos años en La Habana (Cuba). México será su hogar hasta su reciente vuelta a España.

La acogida

Se debe hablar de destierro y no de acogida, pues nada tuvo que ver aquella oleada de gentes cruzando la frontera con las evacuaciones de Niños en la etapa álgida del conflicto. Pepita tenía entonces 13 años, y aunque el término no haga memoria de este otro viaje, es cabal considerarla una “niña de la guerra”.

Al llegar a Francia, la madre de Pepita persiguió sin éxito un objetivo único: llevar a sus hijos y sobrinos a una colonia de niños refugiados. A su cargo iban al menos quince pequeños. Más tarde, algunos niños pudieron establecerse en la Colonia Iberia. Los hombres de la familia, entre ellos el padre de Pepita, fueron destinados al campo de concentración de Saint-Cyprien. De aquel campo es la única estampa de familia que aún conserva esta niña.

Aunque la circunstancia era desbordante, el pueblo francés se portó lo mejor posible con los exiliados, al menos así lo recuerda Pepita. Más reacios fueron, a su parecer, los españoles que fueron refugiados económicos en una etapa previa. No obstante, y sin ánimo de generalizar, reconoce y agradece enormemente la labor de estos últimos.  Las familias españolas residentes en Francia acogieron a los hijos de los vencidos en sus casas.

Así, otras familias dieron cobijo a los mayores. En una primera etapa, Pepita vivió con su madre en casa de un anarquista llamado Pablo. Más tarde fueron a Lión. Recuerda la entrevistada las penurias económicas y las dificultades de aquel año de posguerra.

Llegada la Segunda Guerra Mundial, como otros refugiados, la familia de Pepita huyó a Centroamérica. Tras dos años en Santo Domingo, les dieron permiso para pasar a México, pero cuando estaban a mitad de camino, les anunciaron por telegrama que no podrían pasar. En el año 1944, Pepita llega a México, tras dos años en La Habana (Cuba). México será su hogar hasta su reciente vuelta a España.

Los franceses se portaron muy muy lindo

Como Jean Valjean, sin patria y sin hogar

Pasamos hasta hambre porque teníamos el dinero justito

Como Jean Valjean (58 seg.)

A los más bonitos (39 seg.)

La vuelta a España

El nombre de su actual hogar habla de su pasado. Pepita vive hoy en la Residencia El Retorno, junto a otras personas que fueron en un tiempo emigrantes o exiliadas. “Yo siempre he sido refugiada”, dice Pepita, no tan sólo extranjera. Desde 2010, su refugio es España.

Sus dos hijas y cuatro nietos  viven lejos de España, continuando la “tradición” familiar. En su sangre, como bien dice, “nunca se pone el sol”. En la que es su tierra de origen se siente a gusto, pero así se ha sentido en todos los lugares. Paciencia; eso es lo que le ha quedado a Pepita de aquel error histórico, paciencia y mucho buen humor.

Refugiada (37 seg.)

Un poquito de mundo (61 segs.)

Yo me siento a gusto en todas partes