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Joaquín Merodio

Joaquín Merodio

Joaquín Merodio Llonín fue el pequeño español travieso de un orfanato francés, un “hijo de rojo” más en la escuela franquista, el esforzado trabajador en la España de la postguerra y el emigrante de los años 50 que marchó a las Américas.

A este Niño de 84 años le gusta narrar aquellas páginas de su pasado que suenan a triunfo y aquellas que le hacen soltar una feliz y melancólica carcajada. Los episodios que escribió el mismo, con su inocente picardía primero y con el sudor de su frente más tarde, son precisamente los más hermosos.

Sin embargo, hay dos capítulos completos en su biografía escritos en gris: la muerte temprana de su madre y el advenimiento de la Guerra Civil. Aunque estos dos capítulos responden a designios ajenos a Joaquín, ambos determinaron el rumbo de su historia particular.

La Infancia

Aquellos tristes capítulos de la biografía de Joaquín Merodio se encuentran en las primeras páginas. Corría la infancia de este “chaval juguetón” cuando quien con dolor le había dado la vida le dijo adiós.

Joaquín nació el 11 de septiembre de 1928 en Musquiz, un pequeño pueblo de Bilbao, en el seno de una familia obrera. Los Merodio Llonín vivían en una humilde hospedería (con dos cuartos) en la que se alojaban los pobres que iban de tránsito. Joaquín recuerda como su madre “ordeñaba a su vaquita” y como su padre, ebanista, trabajaba la madera.

La madre de Joaquín compartió escuela católica con Dolores Ibarruri, nacida en una familia obrera de ideología carlista. En adelante, los esposos entablaron una buena amistad  con Dolores y su marido,  el minero Julián Ruiz Gabiña.

Infancia (55 seg.)​

La casa de la Pasionaria (59 seg.)​

Aquella infancia se me fue al garete

” 

La escuela

Cuando empezó la guerra Joaquín tenía sólo 7 años de edad, por lo que poco pudo disfrutar del colegio en la etapa previa a la evacuación. Sin embargo, recuerda con cariño a sus profesores de la escuela de párvulos, especialmente a Doña Ana.

Cinco años más tarde, tras su regreso a España desde Francia, tuvo que continuar su formación.  Los años de escuela en la España de Franco no los recuerda de manera tan amable. Obligado a cantar a diario el “Cara al Sol”, Joaquín sentía la humillación que sintieron la gran parte de los hijos de excombatientes republicanos.

A quien sí recuerda con cariño es al antiguo profesor  de su hermano mayor, Don Mariano Mozo, con quien volvieron a encontrarse al trasladarse a la escuela del barrio.

El profesor franquista (59 seg.)​

No les voy a llamar nacionales, porque nacionales éramos todos

 

” 

Como niño veía la guerra como quien miraba un tebeo

La guerra

En aquella etapa de duelo para Joaquín – “el pequeño calderón” para su madre – el País Vasco se preparaba para la guerra. A algunos metros de su hogar, en El Montaño,  las milicias republicanas cavaban trincheras.  “Mi hermano solía subir con el burro y llevaba el cemento para que construyeran los nichos de las ametralladoras”, recuerda Joaquín. También en Musquiz se hizo un campo de aviación para la defensa de La República.

Joaquín recuerda el sonido de las bombas cayendo a lo lejos, ya que Musquiz estaba a 20 km de Bilbao. El ambiente cotidiano tomo tintes de ciencia ficción, bajo un metraje rápido y extremadamente tenso. Pasado aquel infierno, quien pudo regresó a su tierra, ya fosilizada por la guerra. “Esta ya no es tu casa”, le dijo un oficial al padre de Joaquín cuando se acercó a la puerta de la antigua casa de los pobres.

La posguerra (50 seg.)​

La guerra en Musquiz (35 seg.)​

La carcel libró a mi padre del paseo

Había un barco que nos quería detener

El Viaje

Huyendo de los bombardeos de la guerra, como tantos otros niños vascos, Joaquín, su hermana Ana, su hermanastra y sus primos se embarcaron en el Habana. El destino del transatlántico era Rusia, pero una hermana de la madrastra de Joaquín recogió a los Merodio en Francia. Entre los familiares de Joaquín, algunos fueron evacuados a Reino Unido y otros a Rusia.

La embarcación partió de Santurce, el pequeño Joaquín tenían 8 años y no recuerda mucho de aquel viaje, sólo que se le hizo “bastante rápido”. “Lo que sí recuerdo es que había un barco que nos quería detener – dice Joaquín –, el barco Cervera”.

La despedida fue un “hasta luego” y no un adiós. Así lo fue para todos los niños, pero muchos no regresaron tan pronto como Joaquín, otros ni siquiera volvieron a pisar España.

El viaje (59 seg.)​

Debido a la presencia familiar en Francia, la acogida de Joaquín fue particular. El pequeño fue destinado a un orfanato católico, donde cumplía votos la hermana de su madrasta, la misma que se encargó de recogerles en el puerto. Su hermana Anita y su hermanastra fueron llevadas a un colegio de monjas femenino, por lo que Joaquín pasará estos cinco años lejos de su familia.

La acogida

En el orfanato eran unos cien niños, según recuerda Joaquín. Las monjas se encargaron de su educación y de enseñarles disciplina. Para Joaquín, su tía era “un problema”. En aquel orfanato trabajó en la vaquería, pasando la leche por la máquina de descremar, limpiando máquinas y haciendo otras tantas tareas. “Allí me tenía también fijo para barrer y limpiar la capilla”, dice refiriéndose a su tía.

 

Fue Joaquín un niño travieso y feliz, aquel español entre tanto francés que se llevaba la culpa de todo (“y con razón”, reconoce entre risas tras narrar algunas de sus gamberradas). Gracias a su corta edad, se habituó pronto a aquella nueva forma de vida. Pero lo malo venía cuando llegaba la noche.

La acogida

Debido a la presencia familiar en Francia, la acogida de Joaquín fue particular. El pequeño fue destinado a un orfanato católico, donde cumplía votos la hermana de su madrasta, la misma que se encargó de recogerles en el puerto. Su hermana Anita y su hermanastra fueron llevadas a un colegio de monjas femenino, por lo que Joaquín pasará estos cinco años lejos de su familia.

En el orfanato eran unos cien niños, según recuerda Joaquín. Las monjas se encargaron de su educación y de enseñarles disciplina. Para Joaquín, su tía era “un problema”. En aquel orfanato trabajó en la vaquería, pasando la leche por la máquina de descremar, limpiando máquinas y haciendo otras tantas tareas. “Allí me tenía también fijo para barrer y limpiar la capilla”, dice refiriéndose a su tía.

Fue Joaquín un niño travieso y feliz, aquel español entre tanto francés que se llevaba la culpa de todo (“y con razón”, reconoce entre risas tras narrar algunas de sus gamberradas). Gracias a su corta edad, se habituó pronto a aquella nueva forma de vida. Pero lo malo venía cuando llegaba la noche.

Travesuras (57 seg.)​

Añoranza (14 seg.)​

Éramos cien niños los que estábamos en aquel orfanato, sólo dos españoles

La vuelta a España

En España, a Joaquín le esperaban unos años más de escuela y toda una vida de duro trabajo por delante. Todo debía empezar por recuperar el español.

La circunstancia para los hijos de los vencidos no era para nada favorable en tiempos de posguerra. La dificultad para conseguir un puesto de trabajo primero y para seguir aprendiendo después fue el motivo por el que decidió marchar.

En el año 51, con 23 años de edad, Joaquín marcha a Venezuela. Es allí donde se forma en la Escuela Técnica Industrial. “No me conformaba con ser albañil, quería saber sobre materiales para ser un técnico como es debido”.

Joaquín y su esposa, embarazada, vuelven a su tierra natal en el 55. “Queríamos que nuestra hija fuera española”, cuenta este bilbaino. Pero no será  hasta el año 65 cuando el matrimonio vuelva a España para quedarse.

 

Soñaba en francés (22 seg.)​

Había que trabajar (82 segs.)​

A nosotros no nos daban facilidades ni para ir a la escuela de aprendices»