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Ana del Bosque

Ana del Bosque

“Hacía un sol espléndido, pero las nubes estaban negras de los cañonazos”. Así recuerda Ana del Bosque Arín aquel 13 de junio de 1937, día en que tuvo que partir de Bilbao a Rusia. Aquel cielo gris no volvió a verlo hasta muy tarde.

Anita se convirtió en la madre de sus hermanos con tan sólo 12 años de edad. Se define como una persona “muy llorona”, pero a pesar de que a sus 87 años siga sin poder escuchar una sirena, ha sido una verdadera valiente toda su vida.

Tiene la voz dulce y es una grandísima narradora. Quizás sea porque no ha podido olvidar ninguno de los detalles de su historia. Escucharla es como ver alguno de aquellos dibujos de los Niños de la Guerra recogidos en la obra ‘They Still Draw Pictures’.

La Infancia

Aunque de origen castellano, Ana del Bosque se encuentra entre los niños vascos del exilio. Cuando contaba tan sólo con un año de edad, sus padres decidieron salir de la pequeña Ampudia de Campos (Palencia) para comenzar una nueva etapa en Plasencia de las Armas (Guipúzcoa), villa ahora más conocida como Soraluze.

La pequeña Ana nació el 5 de julio de 1924. Pese a su salud débil, fue una niña fuerte y feliz. Como hija de obrero, vivió en primera persona las consecuencias de la Revolución de Asturias, en la que colaboró parte del pueblo vasco. Tras quedar su padre sin trabajo aquel octubre del 1934, la esperada operación de su pierna enferma tuvo que aguardar un par de años más.

“Vivíamos humildemente”, recuerda Ana. La familia del Bosque Arín tenía una pequeña huerta, gallinas, un puerco… y un puestecito de venta de cacahuetes y caramelos.

A los 9 años (34 seg.)​

Mi padre (46 seg.)​

Mi padre perdió su trabajo tras la Revolución de Octubre

A los nueve años yo estaba vendiendo cacahuetes por Soraluze

La escuela

En la escuela las maestras me prestaban mucha atención”, recuerda Ana. Es fácil hacerse una idea del carácter de Anita conociendo su temprana afición a la lectura. Y no a cualquier tipo lectura…

Ana compartía esta misma afición por la literatura con su hermano mayor. Su padre también era un gran lector, a pesar de que no tuviera muchos estudios.

Los hermanos del Bosque siguieron recibiendo formación aun en circunstancias poco favorables. Ya en Bilbao, en los apartamentos que asistencia social dispuso para los que se habían visto obligados a huir de sus casas, un niño algo mayor que ellos les impartía clases.

Quizás esta Niña le deba a sus compañeros de viaje, los libros, esa gran capacidad para almacenar pequeños recuerdos y para narrar sus vivencias.

Los hijos del trabajo (34 segs.)

Tres habitaciones (20 segs.)

A los 9 años leía `Los hijos del trabajo´

Me operan exactamente el 18 de julio, el día que empieza la guerra

¡Ay Anita! (42 seg.)​

La guerra

Fue en febrero del 36, con la victoria del Frente Popular, cuando Ana del Bosque supo que al fin podría ser operada. Los obreros que participaron en la revolución de Asturias fueron remunerados con siete meses por los catorce que habían estado sin trabajo. “Mi padre vio el cielo abierto”, recuerda Ana; pero aquel cielo despejado se iba a cerrar en pocos meses…

Tras un mes de reposo en casa de su tía, Ana vuelve a Soraluze. El ejército franquista se encontraba ya por Bergara, a 15 kilómetros de su pueblo. La estancia de Ana fue breve, ya que un día después de su llegada tuvo que regresar a Bilbao. Al día siguiente, su familia tiene que ser inmediatamente evacuada, empujada por la avanzadilla nacional. Los del Bosque Arín fueron alojados de manera provisional en un chalet, junto a un grupo grande de familias vascas que se encontraban en su misma circunstancia.  Más adelante, harán vida en diferentes apartamentos proporcionados por Asistencia Social. El primero, junto al Parque de Bilbao.

Ana recuerda especialmente el día en que su padre se anticipó a la que hubiera sido la peor de las desgracias, aquel día en que una bomba destruyó el edificio de la calla San Francisco, donde se alojaban.

El episodio decisivo para el futuro de la familia fue, en definitiva, el ataque a Bilbao. Desde entonces, Ana del Bosque no ha podido volver a escuchar una sirena.

En San Francisco (59 seg.)​

El apartamento (25 seg.)​

La amenaza (89 seg.)​

¿Separarme de mis padres? ¡Ni pensarlo!

El Viaje

Tenía que elegir entre los bombardeos o la separación de sus padres. Ana del Bosque, en un principio, decidió permanecer en casa. Sin embargo, la situación se volvió cada vez más compleja. Tras conocer la voluntad de la URSS de acoger a los niños españoles, el matrimonio del Bosque Arín tomo la decisión más difícil de sus vidas. «Tuvieron cinco hijos porque querían tener cinco – recuerda Ana con tristeza – y se quedaron solo con uno».

La huida de España está tan grabada en la memoria de Ana como aquellas galletas que su madre les preparó para el viaje. Cuando parecía que nada podía ir peor, la salida se complicó hasta tal punto que la familia llegó a pensar que perderían la embarcación. Eran ya las 16:00 horas de la tarde y los bombardeos continuaban, impidiéndoles abandonar su improvisado refugio.

En aquella famosa y tremebunda embarcación de nombre ‘Habana’, junto a otros tantos niños desorientados, los del Bosque zarparon a la que a partir de entonces será su segunda patria. Para Ana, este fue el día en que se convirtió, definitivamente, en la pequeña madre de sus hermanos.

La pregunta (57 seg.)​

A la URSS (82 segs.)​

Nubes negras (118 segs.)​

Nos sobrevolaba un avión fascista

Un avión fascista (89 segs.)​

Tenía que elegir entre los bombardeos o la separación de sus padres. Ana del Bosque, en un principio, decidió permanecer en casa. Sin embargo, la situación se volvió cada vez más compleja. Tras conocer la voluntad de la URSS de acoger a los niños españoles, el matrimonio del Bosque Arín tomo la decisión más difícil de sus vidas. «Tuvieron cinco hijos porque querían tener cinco – recuerda Ana con tristeza – y se quedaron solo con uno».

Los jóvenes de Moscú y los de la casa de Leningrado se alzaron a favor de la que ya era su nueva patria. Ana cuenta como Dolores Ibarruri (La Pasionaria) impidió que ella y sus 200 compañeros acudieran al frente. Los de Leningrado, sin embargo, sí combatieron. Muchos de ellos, recuerda Ana, murieron por la causa contra el nazismo.

La acogida

Se oían risas en las Casas de Niños españoles. Las rejas que rodeaban el jardín estuvieron siempre llenas de gente que contemplaba a los pequeños, entretenidos en su juego. Se oían risas, sí, pero también llantos de añoranza. Ana del Bosque escribió a sus padres todos y cada uno de los días de aquellos primeros años en el exilio. En ellas les contaba cómo les iba a cada uno de sus hermanos.

Y así pasó su adolescencia y llegó, apresurada, su juventud. Superado el séptimo grado en la casa de niños españoles, pasó a la casa de jóvenes de Moscú. Era el año 1940, Anita ya era una mujer de 16 años. Un año más tarde, el estruendo de los bombardeos volvería a atemorizar a los Niños de la Guerra.

Fueron unos años ásperos para la URSS, una etapa que coincidió con la vida universitaria de Ana y con su primer trabajo. Ana del Bosque Arín, ingeniera agrónoma, trabajó dos años en los campos rusos en unas durísimas condiciones. Tanto es así que llegaría a España pesando tan sólo 48 kilos.

 

La acogida

Tenía que elegir entre los bombardeos o la separación de sus padres. Ana del Bosque, en un principio, decidió permanecer en casa. Sin embargo, la situación se volvió cada vez más compleja. Tras conocer la voluntad de la URSS de acoger a los niños españoles, el matrimonio del Bosque Arín tomo la decisión más difícil de sus vidas. «Tuvieron cinco hijos porque querían tener cinco – recuerda Ana con tristeza – y se quedaron solo con uno».

Los jóvenes de Moscú y los de la casa de Leningrado se alzaron a favor de la que ya era su nueva patria. Ana cuenta como Dolores Ibarruri (La Pasionaria) impidió que ella y sus 200 compañeros acudieran al frente. Los de Leningrado, sin embargo, sí combatieron. Muchos de ellos, recuerda Ana, murieron por la causa contra el nazismo.

Se oían risas en las Casas de Niños españoles. Las rejas que rodeaban el jardín estuvieron siempre llenas de gente que contemplaba a los pequeños, entretenidos en su juego. Se oían risas, sí, pero también llantos de añoranza. Ana del Bosque escribió a sus padres todos y cada uno de los días de aquellos primeros años en el exilio. En ellas les contaba cómo les iba a cada uno de sus hermanos.

Y así pasó su adolescencia y llegó, apresurada, su juventud. Superado el séptimo grado en la casa de niños españoles, pasó a la casa de jóvenes de Moscú. Era el año 1940, Anita ya era una mujer de 16 años. Un año más tarde, el estruendo de los bombardeos volvería a atemorizar a los Niños de la Guerra.

Fueron unos años ásperos para la URSS, una etapa que coincidió con la vida universitaria de Ana y con su primer trabajo. Ana del Bosque Arín, ingeniera agrónoma, trabajó dos años en los campos rusos en unas durísimas condiciones. Tanto es así que llegaría a España pesando tan sólo 48 kilos.

La vida NORMAL ( 75 segs.)​

Al servicio de los niños (49 seg.)​

Menú (67 segs.)​

12 hojas (33 seg.)​

Poquito a poco nos dimos cuenta de que en aquel país no había guerra, la vida era un placer

Tanto nos dieron de comer que nos quitaron el hambre de todo un año de guerra

La vuelta a España

Comenzaron las negociaciones para la repatriación y Ana del Bosque, deseosa de volver a España y de reencontrarse con su familia, no dudó en alistarse para la segunda expedición. Partieron de Rusia el 13 de octubre de 1956. La historia de aquel reencuentro sólo puede narrarla ella.

Pero aquel billete resultó ser de ida y vuelta, con una escala interminable en la frontera francesa. Y es que, después de cuatro años trabajando en el servicio del trigo, Ana fue expulsada de su puesto. Todo un grupo de hispanosoviéticos sufrió el despido, motivado por una carta en la que reclamaban al régimen franquista y a la comunidad internacional la normalización de su circunstancia como ciudadanos españoles.

Aquel 29 de marzo de 1960, día en que les expulsaron del trabajo, iniciaron  un camino contra la opresión. Ana estaba embarazada. Junto a otros “agitadores soviéticos” fue retenida en los calabozos de la Puerta del Sol. Al no existir un motivo para el encarcelamiento, cada 72 horas eran puestos en la calle, con el fin de renovar su detención.

Ana y su hijo fueron acogidos por los hispanosoviéticos en Rusia en el año 61. En mayo de 1963, recibe el permiso de la Universidad de La Habana (Cuba) para ejercer como traductora. Allí residirá hasta 1978. No será hasta después de la muerte de Franco cuando regrese a España. Reconoce Ana que durante sus años en Cuba la nostalgia por España no era tan dolorosa como lo fue en Rusia, y es que el regreso ya no era tan incierto como lo fue entonces.

Habíamos estado soñando con España toda la vida